Lanzó el deseo demasiado pronto. Por un momento había olvidado la norma que dice: «Cuidado con lo que deseas; puede hacerse realidad». Ella quedó inmóvil. ¿Por qué había formulado aquellas palabras? Además lo hizo en voz alta. ¿Y si alguien las oyó? O peor aún. ¿Y si su deseo se hacía realidad?
De repente un sudor frío le comenzó a recorrer el cuerpo. Todo empezó a moverse a cámara lenta. El ruido proveniente de la calle parecía disiparse. La luz que entraba por la ventana se atenúo en un abrir y cerrar de ojos. Un sórdido vacío comenzó a inundar la habitación. Ya no había nadie, sólo ella y el silencio.
«No hablaba en serio, por favor, quiero que todo vuelva a ser como antes», gritó a la nada. Al ver que nada sucedía la chica calló al suelo. Agachó la cabeza y comenzó a llorar. «No era esto lo que quería. No lo era». La habitación comenzó a hacerse más pequeña. Las paredes comenzaron a encogerse hasta el punto de acorralar por completo a la joven.
Cuando todo parecía perdido un haz de luz apareció de la nada. Parecía la llama de una vela. La joven levantó la mirada y observó como la llama se acercaba paulatinamente a ella. La llama se desplazaba por el aire como por arte de magia. Siguió desplazándose hasta posarse en las manos de la joven.
La reacción de la chica fue inmediata. De una palmada apagó la llama. ¿Y si se llega a quemar? Pero no. Aquella llama en ningún momento le produjo dolor alguno. Es más, sintió calidez cuando se posó sobre las palmas de su mano. La joven nuevamente se arrepintió de lo que hizo. ¿Por qué tuvo que apagar la única luz que iluminaba aquel diminuto rincón del que había quedado presa?
Entre sollozos pidió una segunda oportunidad. No volvería a hacerlo. Sería más paciente. Contaría hasta tres antes de actuar, antes de formular el deseo, antes de apagar la llama. ¿Y antes de llorar? «Una… Dos… y… ¡Tres!».
¿te has confesado?